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La motivación en el proceso de aprendizaje y las enfermedades raras. Por Connie V. Sanmiguel

Los abogados solemos ser tildados de monotemáticos: creo que cuando las personas nos ven como seres aburridos, cruzan es sus mentes palabras como: Constitución, tutela, delito, resolución, contrato y similares; la imagen que proyecta un juez, un fiscal o un procurador, por estas fechas muy famosos en la televisión, es de personas conocedoras de lo que la gente comúnmente no tiene idea, no le interesa y no quiere verse involucrado.

No entraré a desintegrar este tipo de paradigmas sobre nosotros, pero me interesa tan solo mencionar que el derecho es mucho más social de lo que parece, que la interacción con otras disciplinas se ha hecho imprescindible por las exigencias impuestas en el mundo actual, rediseñado a partir del uso de la tecnología y de nuevas formas de interacción social, revolucionando la manera en que las personas se relacionan en lo personal, lo comercial, lo laboral e inclusive, en cómo delinquen.

Sin embargo, hay otro tipo de abogado muy particular, que ha dejado de priorizar en su vida profesional eso que en el medio llaman el ejercicio, para darle paso a la formación académica como eje fundamental de su vida laboral, marcando una ruta distinta de la tradicional para el derecho: el abogado, que como yo, es docente universitario de tiempo completo.

El que transcurre, es apenas mi octavo año como docente universitaria, pero suficiente para ver mi mundo profesional desde una perspectiva muy diferente a la tradicional. Ocurre que a medida que el tiempo ha pasado, mis estudiantes se han convertido en un tema mucho más interesante que algunos propiamente jurídicos, y los temas de procedimientos y reformas legislativas han cedido ante aspectos como el estudio del ABP o la formación por competencias. Reconozco que la formación y actualización jurídica es parte inescindible del ser docente, pero el asunto es que sin dejar a un lado este aspecto, siento que al final, si mis estudiantes no logran además de aprender adecuadamente lo que corresponde a su disciplina, ser personas integradas al mundo, capaces de reconocer sus aptitudes y sus deficiencias, propositivos, resilientes y éticas, tanto conocimiento podría ser infructuoso.

La integralidad que se predica en la formación a nuestros estudiantes, compone varias esferas o dimensiones; como docentes vemos estudiantes exitosos académicamente por varios motivos, en especial considero que algunos son producto de tener capacidades innatas para lo que han decidido estudiar, pero otros lo son porque tienen disciplina de estudio; algunos son una mezcla de lo uno y lo otro. Pero el asunto es, y ¿cuántos de ellos logran la tan anhelada formación integral? ¿Cuántos están dispuestos a aceptar a sus compañeros como son, sin señalamientos, burlas y reproches? ¿Cuántos de ellos desarrollan un sentido altruista por sus congéneres? ¿Cuántos por lo menos identifican, así sea precariamente, un propósito en lo que hacen? He sido supremamente bendecida al poder trabajar todos estos años con estudiantes de primer semestre, ya que en mi concepto, es mucho lo que puedo aportar para que ese joven que inicia su vida académica con miras a una profesión, empiece a identificar cuáles serán los derroteros que lo guíen. Y es precisamente ahí donde quisiera detenerme: en el cómo.

Cuando el estudiante logra vencer el temor de expresarlo y dice: no puedo, como docentes respondemos instantáneamente: si puedes; el asunto se pone interesante cuando el joven pregunta: ¿y cómo lo hago? Qué tarea más difícil la de encontrar una respuesta adecuada: acudimos a recomendar nuevos métodos de estudio, materiales bibliográficos de apoyo, búsqueda en bases de datos especiales, trabajo en equipo, y bueno, algunas veces funciona, pero cuando esto no ocurre, y el estudiante manifiesta que ha hecho lo indicado, uno se cuestiona si ha hecho suficiente. Sin poder generalizarlo a un 100%, puedo decir que luego de varias metodologías, bibliografías, competencias y demás, entendí que en un gran número de casos el problema es de motivación por lo que hacen, pero sobre todo de creer que son capaces de hacerlo, de hacerlo bien, de ser exitosos en lo que hacen, de atreverse a soñar en hacer pequeñas y grandes cosas por ellos y por su entorno.

Así que sin ser psicóloga, ni pretender serlo, he identificado que acercar a los estudiantes a realidades humanas desconocidas por ellos, logra un efecto muy superior a una charla motivacional de dos horas sobre lo importante de aprovechar la oportunidad de vivir, de estudiar y demás; así que he sugerido que conozcan enfermedades raras, generalmente desconocidas por el común de la población, y aunque algunos podrán pensar que se potencia la miseria que otro vive

para valorar un poco lo que se tiene, lo que podría ser parcialmente cierto, la realidad es que se siente un notorio despertar en quienes han hecho el ejercicio, que me ha parecido positivo.

Siendo varias las enfermedades raras encontradas, quisiera compartir una que me ha cautivado en particular: el síndrome de tourette. Quisiera decir que primero me encontré con el libro, pero en verdad lo que conocí primero fue la película sobre la vida de Brad Cohen, llamada Front of the Class, a través de la cual empecé a entender un poco sobre esta enfermedad que padecen cientos de personas en el mundo, pero que suele ser confundida es sus inicios con otras, regularmente por desconocimiento del propio personal médico que con dificultad se topará con un caso de SGT en su vida profesional.

El síndrome de Gilles de Tourette (SGT) es un trastorno neurológico que se caracteriza por la aparición de tics, movimientos o vocalizaciones involuntarias, rápidas y repentinas que se producen repetidamente de la misma manera.TSA-USA

Estos tics motores pueden ser a veces imperceptibles y durar meses sin aparecer, pero también existen casos extremadamente drásticos, que llevan a las personas a un estado totalmente incapacitante, generándole un alto grado de rechazo social, sobre todo cuando el Tourette está acompañado de la llamada Coprolalia, que implica que el enfermo de SGT usa lenguaje obsceno de manera involuntaria, y aunque ocurre en menos del 15% de los casos de SGT, es desastroso para su convivencia familiar y social.

Creo que el conocer sobre el SGT, así como podría ser conocer del autismo o la narcolepsia, hace que un ser humano potencie las virtudes de su situación presente y se dé una oportunidad de creer que puede lograrlo, apasionándose por lo que hace.

Al final no sé si el método, después de todo sea correcto, pero lo que sí sé, es que el resultado sí lo ha sido.

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