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¿Yerba buena o Yerba mala…? Por: Marta Leonor Rubiano

Pablo, cannábico desde su adolescencia, creía que el consumo habitual y recreativo de la yerba o marihuana (clasificada por la OMS como droga blanda), no tendría nunca consecuencias negativas en su vida. Con el tiempo, se autodenominó “consumidor funcional”. Excelente trabajador, patrón, amigo y miembro de familia. Sin embargo, años de consumo le cobraron la factura.

Comenzó a fumarla ocasionalmente. Le producía placidez, serenidad. Era alucinante la belleza y brillantez de los colores que cobraban vida en el lienzo pálido. Los alimentos dejaron de ser una simple rutina y el arte culinario se convirtió en pasión, con mágicas e indescriptibles sensaciones de sabores mezclados en su boca. La inspiración fluía…

Acostumbró su cuerpo a ejercitarse físicamente y notó que optimizaba su rendimiento. ¡El sexo era fenomenal! La sensibilidad, los sentidos y el placer, se intensificaron. En poco tiempo, la frecuencia de fumar fue aumentando de un porro semanal a uno diario. No obstante, los fines de semana y durante el periodo vacacional, dos o tres porros al día. Total, los exuberantes paisajes de la playa en verano y la montaña en invierno lo ameritaban.

La gente no comprendía que la yerba era inofensiva. Tan solo había que observarlo: Pablo, creativo, empresario exitoso, responsable y vital a pesar de los años. Además, había aprendido a controlarla o pilotearla, según su jerga. Con esto, se refería a sostener una conversación sin perder el hilo, realizar diversas actividades sin que percibieran su traba, ni tener que utilizar gotas que manchaban la esclerótica. A él, ya no se le enrojecían los ojos.

Decidió cultivar de forma orgánica sus propias plantas. Semillas importadas, matas más productivas con mayores niveles de THC (delta-9-tetrahidrocannabinol, principal componente activo con casi un 12% de concentración). Sin percatarse, pasó del consumo esporádico al abuso y de allí, a la dependencia. Su propia batalla iniciaba.

Pablo, desaprobó lo que los demás habían evidenciado. Ya no era el mismo… Su aspecto demacrado, el tono de la piel, su lentificación psicomotora,  lo delataban; sentía náuseas, carecía de apetito y no ingería comida alguna sin antes fumar. No dormía bien, se demoraba más de lo habitual en realizar ciertas labores y su memoria fallaba aún sin consumir yerba. No era consciente de cómo lo estaba perjudicando.

En ciertos momentos, aunque disfrutaba fumarla, se debatía entre tener y no tener un problema ¿yerba buena o yerba mala…? Intentó dejarla en varias ocasiones, por cortos periodos de tiempo, claro está. Recayó una y otra vez. Su mayor logro fue un mes sin probarla. La ansiedad lo vencía. Sin embargo, expresaba: “Tranquilos, yo puedo dejar de fumar. Es solo que aún no me apetece”. Quiso convencer a los demás que él controlaba la yerba. No reconocía que ella, la inofensiva yerba, lo dominaba, lo seducía…

Acumuló tal exceso de THC en el transcurso de vida como consumidor, que sin sospecharlo, su cuerpo  y su mente, no toleraban siquiera la muy reducida dosis actual. Ahora solo fumaba un poco cada noche. Su acostumbrado organismo la rechazaba. Su estabilidad emocional y salud física se vieron afectadas. Percibió sensaciones inesperadas: irascibilidad, dificultad para dormir, náuseas, pérdida del apetito, sudoración, parestesias en diferentes partes del cuerpo, opresión en el pecho, taquicardia, dificultad para respirar, tos crónica, ansiedad, depresión y agresividad. Pablo comenzó a preocuparse. Sin comprender, el síndrome de abstinencia hizo presencia.

Acudió por primera vez a un médico asombrado por su evidente sintomatología, que rehusaba reconocer fuera causada por su amada yerba buena, inseparable compañera de vida. Admitió su adicción. Abusó de tal manera, que el exceso de yerba buena se convirtió en su organismo en yerba mala. El diagnóstico no pudo ser más contundente: “O dejas la yerba o la yerba te mata”. La decisión únicamente dependía de él.

Pablo consintió iniciar tratamiento. El proceso no fue fácil, pero la desesperación de saber que cada vez que fumaba su yerba buena se desestabilizaba física y emocionalmente, lo convenció. Fue medicado por un tiempo con antidepresivos mientras su cuerpo se desintoxicaba y la ansiedad y demás síntomas insoportables desaparecían. Finalmente su organismo se recuperó.

Respetar a la yerba buena fue su lección. No se puede jugar con ella, ni dejarse seducir por sus placenteros efectos. La sabia prudencia, debe mediar siempre entre el placer y la emoción.

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