Las tecnologías de la información y las comunicaciones –TIC- han tenido un impacto, no solo en la esfera productiva sino también en las relaciones humanas, la cultura, la política e incluso en las costumbres (Rozo y Cardona, 2012). De igual forma nos enfrentamos a una crisis de valores, en un mundo cada vez más complejo y globalizado, en el que se espera que los ciudadanos estén en la capacidad de usar sus potencialidades para contribuir a los ideales de justicia, equidad y paz a la que aspiran nuestras sociedades (Delors, 1996).
El ciudadano aparece como un actor central que puede contribuir desde el ejercicio de sus virtudes y conocimientos al bienestar de sus comunidades (Kymlicka y Norman, 2002). Esto ha implicado el reconocimiento de una ciudadanía en la que se equilibre sus derechos y responsabilidades, en el que se reconoce la expresión de pertenencia a ciertas comunidades y la diversidad de las personas, grupos y culturas; así como sus capacidades para ser parte de la sociedad del conocimiento.
El desarrollo de la actual sociedad está situado en las exigencias de los seres humanos, en función de sus necesidades y dentro de un marco de derechos humanos y justicia social. Lo fundamental en este proceso de avances tecnológicos no es «informar» sino la «sociedad». De allí que se debe dejar a un lado los medios de transmisión, los cuales hacen referencia a datos y espacios de almacenamiento, por el contrario se debe enfocar en las culturas, formas de organización y comunicación (Castells, 2004).
El sistema educativo es el llamado a contribuir a este proceso de transición por el que atraviesa nuestra sociedad; y se le atribuye la responsabilidad de contribuir a la formación de personas capaces de vivir y aportar cada vez en un contexto social, tecnológico y cultural más complejo (Martínez, 2006). Las universidades aparecen como instituciones con una misión intelectual y social; que pueden, desde Delors (1996) ser garantes de valores universales y en los países en desarrollo contribuir a resolver los problemas más graves que los afectan.
El papel de la universidad ha cambiado y ahora, además de asumir la formación de profesionales dentro de la disciplina, también se enfrenta a diversos retos que van en respuesta a las necesidades de la sociedad del conocimiento. En este sentido, se considera que puede promover la ciudadanía responsable desde el involucramiento de los futuros profesionales en el uso activo, permanente, pertinente y adecuado de las tecnologías de la información y las comunicaciones.
Aunque hay un interés sobre el aporte de las universidades, aún es mucho lo que necesitamos saber sobre cómo la Universidad responde a estos retos que plantea la promoción de la ciudadanía en este nuevo ordenamiento social, y a la vez cómo se transforma para dar respuesta a los retos en la sociedad del conocimiento. Son diversas los desafíos, pero cada día estamos avanzando para participar y comprometernos con las transformaciones que se gestan para relacionarnos con nosotros mismos y con los otros en un entorno presencial y a la vez virtual.
Referencias
Castells, M. A. (2004). La era de la información: economía, sociedad y cultura (Vol.3). Siglo XXI
Delors, J. (1996). La educación encierra un tesoro: Informe a la UNESCO de la comisión internacional sobre la educación para el siglo XXI. Madrid: Santillana/UNESCO.
Kymlicka, W; & Norman, W. (2002).Retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía. IEP – Instituto de Estudios Peruanos. Taller Interactivo: Prácticas y Representaciones de la Nación, Estado y Ciudadanía en el Perú. Módulo: Aproximaciones teóricas: Estado. Sesión 8 Lectura Nº 2
Martínez, M (2006). Formación para la ciudadanía y educación superior. Revista Iberoamericana de educación, 9 (42), 85-102.
Rozo C. E. & Cardona M. F. (2012). ¿Sociedad del conocimiento o de la información como condicionante en la dirección? Criterio Libre, 10, 259-268