Los meses pasados estuvimos, con el grupo Liberatura, leyendo en voz alta por cuatro colegios de Ibagué. Nos gusta leer en voz alta, nos entusiasma a todos, por razones diversas, compartir nuestra pasión por la lectura. Hemos conformado un grupo de gente con diversas profesiones u oficios, psicólogos, biólogos, ingenieros, pedagogos, pensionados, ingenieros, chefs, filósofos, administradores, que aman la literatura y que han comprendido que leer es casi un deber en un país como el nuestro.
Nos invitaron de la oficina de juventud de la alcaldía municipal a leer en voz alta jóvenes de décimo y 11 de cuatro colegios de Ibagué. La experiencia resultó mas que enriquecedora y muy cargada de aprendizajes.
Primero que todo leer en voz alta requiere de un espacio adecuado. Si entendemos por adecuado que al menos haya acústica o ausencia de ruido este fue nuestro dolor de cabeza en todos los colegios que visitamos. Nosotros soñábamos con leer en un aula máxima y encontramos salones inmensos a los que entraba todo el ruido del mundo y todo el calor también. Estuvimos en un lugar en donde no podíamos escuchar ni nuestros propios pensamientos. No podíamos creer que la arquitectura escolar no revisara esta situación. Los pobres muchachos intentaban escucharnos y no podían. Decidimos distribuirnos en pequeños grupos y leer porque no había sonido ni micrófonos
Logramos conectarnos con los muchachos pero sudando la gota gorda por el calor. Los techos eran de teja de zinc y plástico. Comprendí que en un ambiente así no era posible estudiar. Si a mí me tocara estudiar en ese calor y con ese ruido no habría llegado ni a quinto de primaria. La historia se repitió en cada colegio que visitamos. Aunque unos salones fueron más frescos que otros en todos el ruido de la calle imperaba.
Estuvimos intentando hacer un ejercicio de promoción de lectura en condiciones frecuentes en Colombia, sin las instalaciones ni los medios y yo comencé a extrañar el árbol de mango de un colegio que visité hace muchos años en Espinal (Tolima) bajo este frondoso y fresquísimo árbol las profesoras trabajaban en los días de calor y resolana. Desee que cada colegio de tierra caliente tuviera un árbol muy grande, acogedor y amplio para que los niños acosados por el sopor pudieran llevar sus sillas, leer y conversar.
En nuestro país los colegios se hacen a retazos. Cada que hay un poco de dinero se va construyendo una parte del colegio y esas construcciones responden más a “lo que se pude hacer con determinada cantidad de dinero” y no a disposiciones arquitecturales apropiadas para asuntos como el manejo de ruidos, ventilación adecuada, sismo resistencia, circulación y seguridad. El resultado se experimenta en colegios-laberinto que albergan sin ninguna dignidad a los estudiantes de estratos menos favorecidos.
La desidia gubernamental, la corrupción que pergeña materiales y el vandalismo, sumado ahora a las condiciones del invierno menoscaban las instalaciones de los colegios y los hacen espacios en los que ningún niño quiere permanecer.
Enlaces relacionados
Prof. Martín Isaac Donderis. Edificaciones escolares más seguras. https://www.todoarquitectura.com/v2/noticias/one_news.asp?IDNews=919.
(Recuperado el 22 de mayo de 2013
Julia María Crespo Comesaña y Margarita Pino Juste. La estética de las edificaciones escolares en Educación Infantil en la Comunidad Autónoma de Galicia
https://www.revistaeducacion.educacion.es/re351/re351_20.pdf.
(Recuperado el 22 de mayo de 2013
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