Las sociedades divididas por conflictos de alta intensidad (Lederach, 1994), como es el caso de Colombia, tienden a quedarse reflexionando en el pasado y buscando la verdad de lo que le sucedió a las víctimas. Aunque tal tarea es inaplazable en la búsqueda de justicia, la labor también debe consistir en avanzar hacia un futuro promisorio. Así también lo expresa el ex-presidente uruguayo José Mujica, quien pasó catorce años en la cárcel durante la dictadura militar que gobernó su país: “La justicia es un platillo de la balanza y la paz es otro. La justicia siendo válida, tiene mucho de pasado, pero la paz tiene mucho de porvenir…La paz en un conflicto armado vale más que todo lo demás” (Valero, 2013). De ahí que tanto la justicia como la paz son necesarias e inalienables para logar acuerdos entre los actores del conflicto, lo cual, por supuesto, trae invaluables beneficios a una nación.
Nuestro país, como El Salvador o Guatemala en el pasado, se encuentra a las puertas de un acuerdo de paz. Así lo parecen indicar los diálogos iniciados el 18 de octubre de 2012 en Oslo, Noruega, entre el actual gobierno, en cabeza de Juan Manuel Santos, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Farc, bajo el liderazgo de su comandante Rodrigo Londoño Echeverry, conocido popularmente con el sobrenombre de “Timochenko”. En medio de altibajos generados por los intereses de cada parte, y especialmente de quienes se lucran de la guerra, el proceso se ha ido fortaleciendo.
Acuerdo de paz con beneficios
Es indudable que un acuerdo de paz traería beneficios no sólo para Colombia sino para el resto de América Latina. No se pueden ocultar los altos costos que ha producido la guerra en el país, tanto en términos de víctimas como en términos económicos, además del deterioro social y ambiental. Tampoco se puede negar que la convivencia de las naciones vecinas se ha visto afectada por la migración constante de miles de personas colombianas que han sido desplazadas forzosamente de sus tierras. El fin del conflicto produciría un gran alivio de estas situaciones.
Un inminente acuerdo de cese al conflicto armado nos invita a pensar en lo que nos parecía lejano a los colombianos hasta hace tres años: la etapa del postconflicto. Para unos, un periodo de ausencia de conflicto armado que modificará el panorama nacional. Para otros, un periodo donde las víctimas deben ser reparadas y los excombatientes reintegrados a la vida civil. Y, para otros, una etapa de transformación social e institucional (Morales, 2015). Sin embargo, estas tres perspectivas no se contradicen entre sí, más bien se complementan y dan una visión amplia de la complejidad del proceso. Tampoco indican que el conflicto desaparezca desde su raíz, pero por lo menos señalan un camino constructivo que no se siguió durante cincuenta años.
En medio del optimismo que nos genera la posibilidad de la paz, también cabe preguntarnos ¿qué tan preparados estamos los colombianos para el postconflicto? En otras palabras, ¿estamos listos para enfrentar los retos que traerá este nuevo periodo de la historia de Colombia? Siendo más explícitos, ¿podrán asumir una convivencia pacífica quienes antes eran enemigos entre sí?, ¿tenemos la paciencia suficiente para permitir que se lleve a cabo una justicia transicional? ¿Estamos dispuestos a asumir los costos económicos que genera dicho periodo pagando más impuestos?, ¿estamos abiertos a aceptar la vida democrática de quienes estuvieron al margen de la ley por varias décadas?, ¿estamos preparados para vivir una cultura de paz?
Referencias bibliográficas
Lederach, J. P. (1994). Construyendo la paz. Reconciliación sustentable en sociedades divididas. Traducción de Gloria
Pulido. Bogotá: Justapaz.
Morales, J. ( 2015). ¿Qué es el postconflicto? Colombia después de la guerra. Bogotá: Ediciones B Colombia S.A.
Valero, D. (2013, 29 de septiembre). El conflicto colombiano no le conviene a nadie. El Tiempo. Recuperado de