En la actualidad las universidades han empezado a realizar cambios que modifican sus valores educativos; la implementación de una cadena de poder mucho mas flexible y los incentivos al buen hacer académico, son algunas representaciones de estos cambios en el ámbito gerencial; sin embargo, se ha visto cómo la innovación en el aula académica no se ha dado con igual rapidez, aunque ahora se ha reemplazado la tiza por el marcador acrílico y el acetato por las presentaciones en medio magnético. La forma tradicional de entregar el conocimiento no ha variado mucho. Es necesario incorporar nuevas formas de enseñar a aprender a nuestros estudiantes de Ingeniería en las universidades colombianas, para lograr así acceder más fácilmente al complejo y atestado medio laboral en el que tendrán que desenvolverse.
En la búsqueda de estas posibles practicas, es posible inclusive llegar a caer en la tentación de la implementación de estímulos que favorezcan la reducción del fracaso escolar. Por ejemplo, la prestigiosa Facultad de Económicas de la Universidad de Ámsterdam introdujo en noviembre del año 2000 un premio de mil florines, para aquellos estudiantes que aprobaran el primer año completo, según reflejaba el diario El País[1]. Los resultados obtenidos fueron muy buenos; si antes sólo una cuarta parte de los estu
diantes superaban todos los exámenes en el primer año de su vida universitaria, tras la implantación de esa medida la tasa de éxito se duplicó, siendo el cincuenta por ciento los alumnos que aprobaron todas sus asignaturas en el primer curso de la experiencia. Sin embargo, esta práctica no necesariamente tendría aceptación en Colombia primero por la obvia brecha económica entre los dos países y, además, por las implicaciones sociales que puede conllevar. Entonces, ¿qué otro camino queda por seguir?
[1] El País (2000): “Lo que vale un aprobado”. Número de 13 noviembre, artículo de S. Robla. Madrid.