Por: Luis Gerardo Pachón
Si uno leyera la definición de Richard Dawkins de meme, difícilmente pensaría en lo que hoy en día vemos con tanta frecuencia en las redes sociales. Según Dawkins, el meme es “una idea, comportamiento o estilo que se difunde de persona en persona dentro de una cultura” (1976). Algo muy lejano al arquetipo de la imagen chistosa que se mofa de algo que es vigente en el momento y que hace uso de los elementos pop para ser ampliamente entendido y viralizable.
Ésta breve editorial no pretende abordar el meme común, el que nuestros amigos o parejas nos envían para hacernos reír un rato, sino el de Dawkins, que bien podría redefinirse con el sinónimo “tendencia”. En los tiempos que transcurren y en nuestro entorno es algo inevitable, por ejemplo, y sin ánimo de criticar, hoy en día es mucho más común encontrar personas en el campus llevando shorts o bermudas, un código de vestimenta ajeno al alma mater de hace 10 años. Puede ser que se trate de una respuesta al innegable efecto del cambio climático, a la edad más temprana en la que están iniciando sus estudios superiores los jóvenes o simplemente una conducta que empezó con alguien osado y terminó convirtiéndose en la nueva norma.
Lo mismo sucede con la información. Estamos en un entorno tan socialmente (a falta de una mejor palabra) dinámico que el patio de banderas de nuestra institución se denomina “El pelódromo”. Punto de encuentro de las opiniones de la comunidad académica y que no necesariamente son todas positivas ¿Pero qué pasa cuando dichas opiniones trascienden los escenarios físicos y las conversaciones en voz baja a manifestarse en una nueva dimensión digital? En dicho caso el meme se transforma, deja de ser tendencia para convertirse en chisme, habladuría o especulación que tiene ahora un alcance masivo e incontrolable.
Internet no olvida, y la evidencia está en la función que han incorporado algunas redes sociales de revivir momentos de los años anteriores. Por eso se debe ser cuidadoso con lo que se expresa y se opina a título personal, ya que en ocasiones no se alcanza a dimensionar a cuantas personas se puede terminar afectando, especialmente cuando se comparten datos que en apariencia son escandalosos, sórdidos o cuestionables, puesto que son esos los más virales y los más nocivos.
La abrumadora rapidez del avance de las redes sociales, la baja alfabetización digital (no en materia operativa sino reflexiva) y el criterio cuestionable han sido las responsables de la difusión de los memes nocivos. Esos tres fenómenos invitan al usuario a creer que todo lo que piensa o siente es digno de ser compartido y que el resto de la sociedad merece conocer, basta mirar el TL (Time line) del actual presidente de Estados Unidos para entender que aun siendo un líder se pueden pensar sandeces. Ya es hora que el meme malintencionado muera y le de paso a la información veraz y consciente, pero el funeral de ese meme sólo se dará con una transformación cultural masiva, cosa que quizá no se materialice en esta década ni en la próxima.
Referencias:
Dawkins, R. (1976). El gen egoísta. Reino Unido: Oxford University Press