“Si (como el griego afirma en el Crátilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”.
La primera conclusión a la que llegué cuando tenía 13 años y tuve que leer Alicia en el país de las maravillas fue que realmente la literatura no sería el camino que iba a tomar.
Encontraba absurdo tanta fantasía. Sin embargo, y tiempo después, encontré que mi decisión fue definitiva: había estudiado Matemáticas y Estadística. Todo parecía bien hasta que un día, sin mucho preámbulo, decidimos con mi esposo e hijos ver “Alicia en el país de las maravillas”. De nuevo aparecía el mismo mundo mágico ante mis ojos, sólo que esta vez sería para ‘matar el tiempo’ y pensé que finalmente verla en cine no sería tan torturante como leerla. Pero qué sorpresa ver a Johnny Depp interpretar al Sombrerero Loco y Mia Wasikowska a una Alicia de 19 años. Quedé más confundida.
Traté de buscar el libro el cual efectivamente encontré, pero ahí no decía muchas cosas que salieron en el filme. Todo empezó a darme vueltas en la cabeza, hasta que llegué al fondo de mi disgusto. Nunca había entendido de qué se trataba Alicia en el País de las Maravillas. Había renunciado a una extraordinaria aventura porque no me tomé -o nunca me enseñaron- el tiempo de saber que la duda es la base de todo aprendizaje.
Y cuando me refiero a aventura, no sólo lo digo por Alicia en aquel mundo, sino también por la oportunidad de navegar en el conocimiento a través de la lectura. Preferí durante mucho tiempo las historias fáciles de leer o entender. Pero la realidad empezaba a ser otra. El mundo en el que vivimos es demasiado dinámico y denso para que nos conformemos solo con lo que nos puede hacer sentir cómodos.
La Cámara Colombiana del libro informó en el 2012 que “el promedio de cada libro leído al año por los colombianos es de 1,2. Cifra alarmante para un país subdesarrollado y aún con altos índices de analfabetismo”.Su presidente Enrique González Villa, afirmó que “lo más preocupante que revela esta investigación, es que este fenómeno en Colombia de baja lecturabilidad no se debe a la falta de tiempo o espacios, sino al bajo interés que tienen las personas por la lectura”. El 67% de los colombianos no leen sencillamente porque no les gusta. No existe tampoco una cultura de compra de libros. Mientras que en México 59% de la población los adquiere; en el territorio nacional solo un 32% lo hace”. Leer artículo.
Frente a estas cifras, en Colombia resulta más fácil hablar de un ‘bajo interés en la lectura’ a llegar a la raíz del por qué no nos interesa leer. Regularmente desde las escuelas, se estigmatiza al niño que hace más preguntas como el ‘más bruto’ o para variar es ‘el menos inteligente’. Aquí nace la primera frustración. De ahí, como si fuéramos un producto con sello intelectual nos dicen: ‘es que usted nació para ser médico, o para ser nadie, o en mi caso, para ser matemático”. Es como si el número y el tipo de preguntas nos definieran. Pero, ¿por qué los colombianos muestran tan poco interés en la lectura?
En mi caso –que podría ser el muchos- en un mundo donde todo parece ser una carrera al que primero levante la mano para que diga lo que entendió, se pierde la dinámica de construir nuevos argumentos quedándonos sólo con lo que sabemos, sin preguntarnos, por ejemplo ¿por qué Alicia, y no «Inesita» en el mundo de las maravillas?
Con el tiempo, después de mucha lectura que alternara mi área profesional y personal comprendí, como lo diría Umberto Eco, que “los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado”. No hay mucha distancia para que un matemático como Carroll le haya dado la vuelta al mundo contando y escribiendo cuentos. No hay mucha distancia para saber que Alicia fue real, como la niña Alice Liddell quien inspiró a este seudónimo que con su lógica, fantasía y sarcasmo logró retratar una Inglaterra al mejor estilo narrativo.
No hay mucha distancia para saber que si se lee poco, se entiende poco y se escribe poco.