“Reflexionar sobre la Universidad debe asumir,
como imperativo, el recuperar el sentido
deliberatorio de su accionar…”
Liliana Del Basto
El concepto de paz es uno de los que alcanza quizá mayor grado de consenso social en el mundo. Todos nos manifestamos a favor de ella; a pesar de que es un valor no puesto en práctica ni guiado precisamente por las relaciones personales en la convivencia diaria a nivel de grupos sociales y entre Estados. Por ser un término un tanto polisémico, desde esta margen consideraremos la paz como el momento de elevada justicia y reducida violencia, asociada a conceptos de desarrollo humano, cooperación, igualdad entre relaciones, respeto a los derechos fundamentales y no guerra.
“Es un deber de la razón práctica buscar la paz”[1], situación que sólo sería posible a través de una verdadera democracia bajo la coherente gobernabilidad de los Estados; el quebrantamiento de los derechos sociales, económicos y culturales de la mayoría de la población, hacen que cualquier democracia pierda su esencia, la cual es, garantizar la obtención de esos derechos, facilitándole su salida del círculo perverso de exclusión-empobrecimiento-violencia donde se encuentra sumida, para conducirla a la creación de otro círculo virtuoso de inclusión creativa-libertad-desarrollo[2] que le permita alcanzar la paz. Esto sólo es posible si se logra impartir a la sociedad una adecuada cultura, a través de una educación que propugne la convivencia y participación democrática, preparando ética y políticamente a los ciudadanos con base en el fortalecimiento de las competencias comunicativas.
En tal sentido, la Universidad tiene un compromiso social, está llamada a ser la institución protagonista del fortalecimiento y promoción de la cultura de las sociedades, en su papel de orientadora, aproximándose a sus inquietudes, resolviendo sus problemas y proveyendo los avances, entre las tareas fundamentales que debe realizar. Por tal razón, la misión de la Universidad es ser productora de conocimiento, centro de investigación y formación, dentro del nuevo marco que considera la cultura como “el todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y cualquier otra capacidad y hábito adquirido por el hombre en cuanto que es miembro de la sociedad”[3]. Es decir, se considera la cultura como un producto y patrimonio social de la humanidad, confiriendo a los hombres las formas de vivir, de actuar, de pensar y de sentir.
Funciones Sustantivas de la Universidad
Lo anterior nos lleva a replantear con premura, la conveniencia de asumir la educación actual como el único recurso, que desde las instituciones educativas, especialmente las Universidades, contribuya a hacer de éste, “un mundo más humano en un ambiente social en el que impere la dignidad, la libertad del hombre y la mujer y, en el que la naturaleza externa no sea percibida como simple objeto de conocimiento, de manipulación o de control”[4]. En consecuencia, la educación debe ser impartida desde una perspectiva donde se ponga en primer plano la formación ética, moral, y política de los ciudadanos, que garantice el cumplimiento de los derechos humanos, facilite el desarrollo económico, la convivencia, fortalezca lo público y la democracia (Hoyos, 2004. p. 8).
La Universidad no sólo responde a la función de producir conocimiento o ser solamente centro de investigación y formación académica, debe adjudicarse una nueva misión que comprende la proyección de una educación que permita alcanzar la convivencia democrática, adecuándose al nuevo paradigma del funcionamiento social dentro del marco de la globalización; por mucho tiempo ha sido considerada como la institución gestora y productora de saberes y conocimientos, situación que ya no es así, pues el conocimiento se está gestando en otros contextos representados por nuevas agencias de socialización e interacción de sujetos con conocimiento donde las culturas confluyen. Esto nos lleva a pensar que la Universidad, en otrora, considerada como “templo del saber” sobre la cual se construyó el desarrollo de todas las sociedades, se encuentra en el centro de una gran discusión, debido a la crisis de legitimidad, institucionalidad y hegemonía[5] suscitada en su interior, presentándose una ruptura donde se pone en tela de juicio la “racionalidad moderna” y al mismo tiempo, generándose un gran debate en torno a la teoría del conocimiento científico. De esta manera, la Universidad ha de convertirse en una comunidad crítica, “espacio privilegiado para la búsqueda cooperativa del bien común y la formación de la opinión pública y la voluntad de los ciudadanos”[6].
En consecuencia, la Universidad debe ser un lugar donde se instituya el diálogo tanto en su interior como con la sociedad civil, para que desde estos dos contextos se logren acuerdos con el Estado y se camine en la misma dirección en la búsqueda de escenarios que permitan la obtención de intereses comunes en beneficio de la sociedad. Por ello, este diálogo debe fundamentarse en lo público, como aquello que convenga a todos de la misma manera para su dignidad, definiendo de esta manera la función sustantiva de la Universidad: la construcción de la sociedad.
¿Las Funciones sustantivas de la Universidad son realmente tres?
REFERENCIAS
[1] HOYOS VÁSQUEZ, Guillermo. (2004). Ética y Educación para una Ciudadanía Democrática. Bogotá: Universidad Nacional. p. 3
[2] GARAY SALAMANCA, Luís Jorge. (2002). Colombia entre la Exclusión y el Desarrollo. Propuestas para la Transición al Estado Social de Derecho. Bogotá: Contraloría General de la República. p. xvi
[3] TYLOR, Edwar. (1975). La Ciencia de la Cultura, en El Concepto de Cultura: Textos Fundamentales. Barcelona: Anagrama. p. 29
[4] DEL BASTO SABOGAL, Liliana Margarita. (s.f.). Elementos Teóricos para Encontrar el Sentido de la Universidad. Ibagué: Universidad del Tolima. p. 10