Por: Luis Pachón
En el episodio 88 de la quinta temporada de la afamada serie Los Simpsons, un gurú de la superación personal, Brad Goodman, visita Springfield. Allí, en una de las sesiones a la que asiste toda la población, Bart, el hijo mayor de la familia, sabotea constantemente la charla con chistes inmaduros, que en realidad terminan por cautivar a Goodman, quien lo invita a pasar al frente y decirle a todos su motivación para ser así. Luego de concluir que todo se debe a la espontaneidad del chico, el gurú le aconseja a toda la audiencia que deben ser más “como el niño”.
Es innegable la paradoja que nos plantea el crecer. Cuando somos niños queremos ser grandes, tener dinero y libertad; pero al crecer muchos añoran regresar a lo simple de la vida de infancia. Quizá por eso existe ahora una tendencia a idolatrar la frescura e ingenuidad infantil, a creer que la forma en la que los niños ven el mundo es la más inocente y acertada; muy al estilo de Saint-Exupéry en su primer capítulo del Principito, se nos repite mediáticamente que los niños encuentran soluciones sencillas a problemas complejos o que son seres inocentes que no conocen conceptos como el racismo o el odio y que por lo tanto los aprenden de otros (es decir, los adultos).
Yo lo que veo es un grave problema digestivo para la serpiente
Hace un par de semanas hubo revuelo en Twitter por la foto que un padre de familia cargó a la red social mostrando como había respondido su hijo a una sencilla prueba de matemáticas en la que se le pedía que escribiera en cifras “los siguientes números”, a todas luces un ejercicio de transcripción de los valores numéricos de los dígitos presentados en un listado. El niño de 7 años pensó que los “siguientes números” eran los que seguían en secuencia y en vez de escribir “9: nueve” escribió “9: diez” y así sucesivamente hasta el final del ejercicio. Las palabras del padre en su publicación son contundentes, “Creo que el que no lo entendió fue el profesor”.
Vaya novedad atacar al profesor, si es que está de moda, ha pasado con los médicos, los psicólogos y cuanta disciplina profesional se trate, así que achacarle la falta al docente es el camino fácil con declaraciones como “la mala nota es para el profesor por no saber cómo preguntar”, “La equis roja es una señal que invita a la frustración”, “que el niño le explique al profesor como es que se hace bien un ejercicio” y un largo etcétera. Algunos más conciliadores y quizá proyectando sus propios fracasos escolares felicitan al niño, por “pensar fuera de la caja”, “por ser creativo ante una pregunta confusa”, por “rebelarse contra el sistema”, sistema que a todas luces fue el mismo que les permitió aprender a leer y escribir tanta barbaridad junta.
Después de la polémica y de ser recogido por CNN, BBC y hasta debatida por la misma RAE (que a propósito afirma que está bien la sintaxis, pero obviamente refutada por los expertos al declarar que no se trata de una prueba de lenguaje y que es demasiado avanzada para un niño de 7 años), la publicación es rematada por el padre tratando de enmendar con “es un buen profesor, me cae bien, sólo quería compartir la respuesta de mi hijo”. Pero el daño ya está hecho, el profesor es un inepto y el niño es un genio, seamos todos “más como el niño” y aprobemos a pesar de responder mal, de no entender y con el respaldo de la masa que hubiese querido hacer lo mismo a su edad.
Cuando Springfield decide abrazar la filosofía de “ser como el niño” y hacer lo que se les antoja, la frescura e “inocencia” de Bart se convierte en el nuevo normal, ya no es destacable, y todos se escudan en querer ser como son para evadir responsabilidades o siquiera pensar racionalmente. Al final sucede una “tragedia” con una rueda panorámica porque simplemente al de mantenimiento no se le antojó echarle aceite a los engranajes, a otro ciudadano se le antoja que eso es irresponsable y a todos se les antoja formar tremenda batalla campal de la que los Simpson escapan sin problema, para llegar a casa, encender la tele y declarar abiertamente que no aprendieron nada de todo eso.
Mejor cerremos esta reflexión afirmando que 2+2 es igual a 5 y destaquemos nuestra forma innovadora de pensar con autopalmadas en la espalda, evitando tener que lidiar con la frustración de cometer errores de aprendizaje, convirtiendo nuestras fallas en aciertos para no quedar permanentemente traumatizados por las tiránicas convenciones educativas que han impuesto los arrogantes profesores cuya peor obra es habernos enseñado a leer y escribir.