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El carácter humano en el desarrollo histórico de las matemáticas. Por: Fabian Augusto Molina

En muchas ocasiones consideramos a los grandes genios de la Historia como personajes míticos que se dedicaban solamente a su obra, sin prestar atención a nada que no se relacionara con ella. Esta percepción es falsa, puesto que todos ellos eran humanos, y como tales tenían debilidades por las que se dejaban arrastrar en muchas ocasiones.

Uno de los primeros ejemplos que podemos citar es el de Sir Isaac Newton, considerado uno de los científicos más grande de la Historia. Newton provenía de una familia de campesinos puritanos.

Cuando fue al colegio «The King’s School» en Grantham, fue un alumno mediocre, más preocupado por ayudar a su madre a administrar sus posesiones que en desarrollarse intelectualmente. Pero un día Newton fue provocado por el matón de su clase Arthur Storer, que era uno de los mejores estudiantes de la misma. Tuvieron una violenta pelea, en la que Newton dio una buena paliza a su compañero. Pero no contento con ello, decidió que lo humillaría académicamente, superándole en el estudio de las materias escolares. Fue por esta razón que empezó a estudiar con más interés que antes, descubriendo que las ciencias no sólo le gustaban, sino que estaba particularmente dotado para su estudio. No es este temprano ejemplo el único que nos ha quedado del carácter conflictivo de Newton. Newton no soportaba las críticas a su trabajo, y para evitarlas repasaba minuciosamente todas sus obras antes de publicarlas, por ello no admitía ninguna réplica a sus artículos.  Fueron famosas sus discusiones con el científico contemporáneo Robert Hooke, que afirmaba que uno de los artículos de Newton sobre Optica “contenía afirmaciones aventuradas”. Newton, al enterarse, contestó airado que no era posible que Hooke, en el poco tiempo que decía haber invertido en leer su artículo, “hubiera podido repetir todas las experiencias incluidas en la obra” y que por lo tanto “hablaba sin saber y sólo con afán de hacer daño”. Así las disputas en materia de óptica y gravitación agriaron las relaciones entre ambos hombres. Newton llegó al extremo de eliminar de sus «Principios matemáticos» toda referencia a Hooke. Se dice también que intentó borrar de los registros las contribuciones que éste había hecho a la ciencia. Además, los instrumentos de Hooke (elaborados artesanalmente), buena parte de sus ensayos y el único retrato auténtico suyo se esfumaron una vez que Newton se convirtió en presidente de la «Real Sociedad» . A consecuencia de lo anterior, la fama de Hooke cayó en el olvido, un olvido que duraría más de dos siglos, al punto que no se sabe hoy día dónde se halla su tumba.

Tiempo después Newton y Leibniz protagonizaron una agria polémica sobre la autoría del desarrollo del Cálculo Diferencial e integral.

Siguió una ardua polémica sobre quién había trabajado en primer lugar los nuevos conceptos. Esta polémica se vio avivada por el hecho de que Newton y Leibniz trabajaban con definiciones y notaciones distintas para tratar los mismos problemas. La polémica entre ambos dividió al mundo científico durante años, hasta que el sentido práctico obligó a una solución salomónica: en la actualidad, se estudian los conceptos de Newton, pero se utiliza el lenguaje y la notación de Leibniz.  Los historiadores consideran que ambos desarrollaron el cálculo independientemente, si bien la notación de Leibniz era mejor y la formulación de Newton se aplicaba mejor a problemas prácticos, la polémica dividió aún más a los matemáticos británicos y continentales. Sin embargo esta separación no fue tan profunda como para que Newton y Leibniz dejaran de intercambiar resultados.

Tales polémicas sobre quién descubrió primero un cierto resultado no son únicas en la historia de las Matemáticas. La más famosa de tales discusiones se produjo en el Renacimiento, y estuvo relacionada con la fórmula de resolución de la ecuación de tercer grado, la cual fue descubierta por un matemático italiano llamado Niccolo Tartaglia. Este matemático, antes de publicar la fórmula, confió los detalles de su descubrimiento a su compatriota Jerónimo Cardano (1501-1576), bajo promesa solemne de no publicar nada, pues esperaba publicar el resultado como culminación de su tratado de álgebra. Pero Cardano rompió su promesa, y publicó la fórmula al poco tiempo, como si él fuera el descubridor. Tartaglia protestó inmediatamente, y Cardano lo tachó de “embustero y envidioso”. La polémica dividió el mundo de las Matemáticas durante muchos años, hasta que tras la muerte de ambos matemáticos se pudo documentar que, en efecto, Tartaglia había descubierto previamente la polémica fórmula. Cardano también se había atribuido el descubrimiento de la fórmula de resolución de la ecuación de cuarto grado, pero en este caso el verdadero descubridor pudo documentar su prioridad, cortando de raíz la polémica.

Estas agrias discusiones salpican todas las épocas de la matemática, y han llegado incluso a romper familias. Es bien conocido el ejemplo de la familia de los Bernoulli, una familia que en los siglos XVII y XVIII produjo no menos de una docena de grandes matemáticos. Uno de ellos, Jean Bernoulli (1667-1748), pasó casi tanto tiempo metido en controversias como realizando trabajos matemáticos.

 

Se sabe que, cuando era joven, llegó a un acuerdo con el marqués Guillaume de L’Hopital. Dicho marqués era aficionado a las matemáticas, y pagaba a Bernoulli un salario regular a cambio de que éste le mandara sus descubrimientos matemáticos, que luego el marqués publicaba bajo su nombre. Como resultado de ello, aún hoy se conoce como “regla de L’Hopital” a un famoso teorema del Cálculo Diferencial descubierto por Bernoulli. Este no pudo aclarar su autoría hasta después de la muerte del marqués, y también después de una gran polémica. Sin embargo, años después, Bernoulli intentó copiar los trabajos de su propio hijo, Daniel. Al negarse Daniel a dejarse plagiar, Jean Bernoulli utilizó su influencia para hacerle la vida imposible a su propio hijo, hasta el extremo de que éste tuvo que emigrar desde Alemania (origen de la familia) hasta San Petersburgo. No fueron éstas las únicas polémicas en que se vio envuelto Jean Bernoulli, ya que participó en la disputa entre Newton y Leibniz que se citaba anteriormente.

A pesar de lo narrado anteriormente, la polémica que más huella ha dejado en la historia de las matemáticas no involucró solamente a matemáticos, sino que intervino en ella un físico: el famoso Alfred Nobel. Es sabido que al morir, dispuso que su fortuna se invirtiera para otorgar anualmente unos premios científicos que son hoy día los más importantes del mundo. Los premios Nobel se conceden en Física, Química, Literatura, etc. Pero no hay un premio Nobel de Matemáticas.

Ello es debido a que cuando Nobel era joven, descubrió que su mujer le engañaba con un compañero de la Universidad, que era precisamente matemático. De hecho, dicho matemático, que se llamaba Mittag-Leffler, era ya famoso por méritos propios, debido a su trabajo en Variable Compleja. Hoy día, sin embargo, se le recuerda más como el matemático que privó del premio Nobel a sus colegas que por su contribución científica. En ese sentido, podemos decir que Nobel tuvo su venganza.

Hemos visto anteriormente que en muchas ocasiones, grandes figuras de la matemática han entablado agrias discusiones por poseer el privilegio de descubrir nuevos resultados. En otras ocasiones, sin embargo, pasa casi lo contrario. Es el caso de Joseph Fourier (1768-1830). Este hijo de un sastre estudió la propagación del calor, y descubrió un método revolucionario para resolver cierto tipo de ecuaciones diferenciales relacionadas con este problema. Sin embargo, su método (conocido hoy como “ desarrollo en serie de Fourier de una función”) era demasiado nuevo, y los grandes matemáticos de la época se negaron a aceptarlo. Fourier ganó el premio de la Académie des Sciences, pero el tribunal se retractó y, aunque reconocieron “ la validez del trabajo”, se negaron a publicarlo. Años después, Fourier llegaría a ser miembro de la Academia por sus otros trabajos, pero aún así no publicaron su trabajo. Fue sólo cuando llegó a Secretario de la Academia, doce años después de ganar el premio, cuando consiguió que la institución publicara su obra.

Algo parecido le sucedió a una de las mujeres más importantes de la historia de las Matemáticas, Sophie Germain. Esta aristócrata era aficionada a las matemáticas, pero por ser mujer tenía vedado el acceso profesional a las universidades (de hecho, sólo pudo estudiar por ser rica). Sin embargo, realizó grandes trabajos sobre Teoría de Números. Para poder publicarlos, escribió cartas a Carl Gauss (1777-1855) bajo el seudónimo de Monsieur LeBlanc. Gauss supo apreciar el talento de su “ compañero”, y publicó (esta vez sin plagios) todos sus trabajos. La correspondencia se mantuvo durante varios años, durante los que Gauss insistió a “ Monsieur LeBlanc” en que quería conocerle en persona “ para poder discutir sobre matemáticas”. Sophie, que no sabía cuál sería la reacción de Gauss al saber que ella era una mujer, no deseaba tal encuentro, y pasó mucho tiempo dándole largas, hasta que Gauss, harto de esperar, aprovechó un viaje a Francia para presentarse en casa de Sophie Germain sin avisar. No hay registros del encuentro, pero es de suponer que Gauss se llevaría una gran sorpresa, e imaginamos que a Sophie Germain le constaría no poco trabajo convencer a Gauss de la identidad de “ Monsieur LeBlanc”. Sin embargo, lo que sí sabemos es que Gauss se portó como un adelantado a su época: utilizó su influencia para que Sophie Germain llegara a la Universidad, y se ocupó de recopilar todos sus trabajos anteriores, que se publicaron ya sin seudónimo. Gauss afirmaba que “ en Matemáticas, es más importante el talento de una persona que su género”. Nota positiva para demostrar que no todo son rencillas, peleas e ignorancias en la Historia de la matemática.

Es así que la historia de la matemática no es lineal, perfecta y cuadrada es hermosa, dinámica y heterogénea en muchos casos dependiendo del carácter humano en que se desarrolla.

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