Con frecuencia la educación universitaria en ciencias sociales y humanidades ha basado su pedagogía en la lectura, la repetición y la memorización. Sin duda, estos ejercicios son indispensables para lograr una amplia erudición, ¿quién no disfruta de un catedrático que narra con fidelidad y habilidad los acontecimientos de la historia mundial sin mirar una sola de sus notas?
Ahora bien, lograr alcanzar ese alto nivel de memorización nace de una inquietud intelectual. Cuando conocemos las historias de vida de científicos y pensadores importantes parecen coincidir en haber tenido infancias en contacto con debates filosóficos de los adultos, con importantes reservas de libros y con experiencias de viajes. Desde pequeños la curiosidad por descubrir el mundo fue incentivada en ambientes familiares o educativos que fomentaban sus búsquedas de conocimiento.
Todos los niños y niñas suelen tener similares capacidades de investigar y descubrir el mundo por cuenta propia. Esa natural e instintiva inquietud y ganas de tener respuestas no siempre es llevada como insumo a las aulas de clase; es frecuente que un maestro lidie con grupos demasiado grandes donde su objetivo principal es controlar o entretener a los pequeños para evitar que se lastimen. Así, parece que a los docentes nos queda muy poco tiempo para utilizar las habilidades propias de investigación de los estudiantes en el aprendizaje. Por las condiciones anteriores, el camino pedagógico usual es la quietud de la lectura o el audiovisual, los ejercicios de mnemotecnia y los exámenes de evaluación de las habilidades de repetición.
Esta visión conservadora de la educación ha sido cuestionada por varias corrientes críticas de la pedagogía quienes señalan como sus principales limitaciones: a) el énfasis en el conocimiento como algo dado no deja mucho espacio a la innovación y a la creación propia, b) los contenidos que se fijan por repetición se pierden con facilidad porque la lógica científica y la utilidad con la cual fueron elaborados no siempre es visible a los ojos del estudiante, c) los conocimientos adquiridos de esta manera aparecen desligados de sus contextos de producción lo cual termina dando la apariencia de ser certezas universales o verdades incuestionables y d) desperdicia la capacidad innata de investigar el mundo de los jóvenes hasta amenazarla con su total extinción.
Aquí no estoy afirmando que aprender datos a través de la memorización o la lectura no sea necesario, por ejemplo, un médico tiene que saber de anatomía humana y seguro tuvo que repetir hasta el cansancio el nombre de cada hueso, órgano y musculo. Así mismo, un historiador debe ubicar cada acontecimiento del período que investiga en una línea de tiempo y entender las relaciones de causalidad temporal que los relaciona. Sin embargo, estos datos no son lo más importante para comprender la realidad. La principal cualidad de un investigador y un lector activo es la capacidad de hacer preguntas y crear problemas novedosos que cambien la perspectiva con la cual se han creado los conocimientos hasta ese momento. Los cambios en la forma de ver y entender son los que desafían los paradigmas científicos establecidos.
Atrofiar o restringir la capacidad infantil de investigar por cuenta propia es el camino seguro a la desaparición de los pensadores autónomos en nuestra sociedad. Entonces, todo proceso de aprendizaje puede tener un nivel básico de lectura, repetición y memorización pero es necesario superar esa fase para partir de la duda al conocimiento existente (las nuevas preguntas), la experimentación libre (la experiencia y vivencia empírica), el incentivo a nuestros estudiantes para la elaboración de respuestas originales a problemas complejos (la comprensión profunda), la lectura activa mediante preguntas y la escritura como resultado visible del proceso de reflexión y conocimiento.
La investigación debe ser la base de todos los procesos de educación dentro del aula y fuera de ella. Por lo tanto, el maestro ya no es un depositario del saber sino, en principio, un acompañante e interlocutor en los descubrimientos de sus estudiantes. Esa puede ser una ruta eficaz para lograr una educación que aporte al avance científico y que, además, nos haga profesionales más felices.